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© Pablo Palazuelo Basaldua

Cuando comencé a buscar una idea para una novela policiaca, tenía muy claro que ese germen debía ser capaz de generar interés por sí mismo, sin necesidad de tener que completarlo con una larga explicación.

 

Lo encontré en una divergencia, la que surge de enfrentar la vejez y experiencia de cinco antiguos agentes de los servicios secretos de sus respectivos países a la inocencia y belleza de una adolescente. Me pareció que poseía una fuerza que por sí sola podía llamar la atención de un potencial lector y la apliqué a un llamativo artículo de periódico que había descubierto dos décadas antes, en el en el que se detallaba un suceso acaecido en las postrimerías de la Guerra Fría.

 

Con el paso del tiempo, fui tejiendo los hilos de una trama compleja y atractiva, que, posteriormente, sometí al examen de sucesivos lectores de prueba con el fin de limar diálogos, pasajes e incluso capítulos enteros.

 

Al mismo tiempo, investigué y me documenté de manera exhaustiva sobre multitud de aspectos para otorgarle al manuscrito una profundidad que pudiera satisfacer al lector en ese sentido.

 

El resultado es una trepidante historia, de 608 páginas, en la que el ritmo no decae ni un solo instante. Cuenta, a la vez, con un elaborado argumento, que no arranca con un asesinato del que apenas queda por saber quién es el autor y cuándo será capturado y que busca sorprender al lector en cada capítulo. Ahora bien, aunque pueda parecerlo, no es una novela de espías, sino una obra perteneciente al género negro, cargada de intriga y crímenes.

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